La premier británica Theresa May está dispuesta a no titubear a la hora de llevar a cabo lo que se denomina como brexit, aunque todo apunta a que serán largas las negociaciones que habrán de llevarse a cabo para culminar la salida de los británicos de la Unión Europea. Los ingleses -principales impulsores del brexit- buscarán, como han hecho a lo largo de la historia, unos acuerdos que les permitan sacudirse las obligaciones que conlleva formar parte de la Unión y quedarse con los beneficios que reporta su pertenencia. Son verdaderos maestros a la hora de hacerlo y la historia está llena de ejemplos que lo demuestran. Sin ir más lejos, su entrada en la Comunidad Económica Europea se produjo en unas condiciones extraordinariamente favorables, pese a que lo hicieron a regañadientes e incluso trataron de torpedearla. Ellos no estuvieron en el Tratado de Roma e impulsaron la creación de la EFTA (Asociación Europea de Libre Comercio) como una alternativa liderada por Gran Bretaña y que acabó en un gran fiasco.
Los representantes de las instituciones europeas apenas disimulan el enfado por lo que ha supuesto el brexit en un momento de dificultades políticas y económicas muy serias. Apuntan a que la salida de la Unión se hace con todas las consecuencias. Al enfado por la decisión británica se suma el hecho de que una salida a la medida del Reino Unido sería un pésimo ejemplo para otros países cuando en la Unión Europea están crujiendo las cuadernas.
Las consecuencias de dicha salida han hecho sonar todas las alarmas en Gibraltar porque pueden significar el final de una situación que para los llanitos ha sido lo más parecido a un edén terrenal. A ellos también les afecta directamente lo que han decidido en la metrópoli, principalmente los ingleses porque también en Escocia se ha desatado un malestar por lo que significa dicha salida. Hay nervios en el Peñón -procuro no referirme a Gibraltar como la Roca, expresión británica para denominar el lugar y que el papanatismo de muchos la ha convertido en expresión común en España- porque pueden quedarse en el limbo económico con las fronteras de la Unión Europea cerradas. Eso explica que estén llamando a todas las puertas para salvarse de la quema que se les avecina. Pero donde hay patrón no manda marinero y el patrón ha decidido marcharse. Gibraltar poco tiene que decir. Una vez consumado el brexit, no será más que una colonia administrada por un país tercero y, por lo tanto, no podrá seguir formando parte del mercado único y tampoco le es de aplicación la libre circulación de personas.
El diputado europeo Esteban González Pons se lo dejaba meridianamente claro a Fabian Picardo cuando acudió al Parlamento Europeo para señalar que la voluntad de los gibraltareños había sido abrumadoramente mayoritaria en favor de permanecer en la Unión Europea y pedir que se hiciera una excepción respecto a su permanencia en el mercado único y a la libre circulación de personas. Picardo olvidaba que no es más que un marinero de segunda y, en consecuencia, ha de someterse a los mandatos de su patrón. Hacia ahí apunta el futuro, salvo que los llanitos tomen una decisión histórica para que en Gibraltar siga aplicándose el derecho comunitario: negociarlo con España porque al lado de Gran Bretaña el camino es la salida con todas las consecuencias de tipo económico y humano que eso supone.
(Publicada en ABC Córdoba el 15 de marzo de 2017 en esta dirección)